Las ganas de llorar inundan mi pecho y mis ojos, de impotencia por no entender qué hacer para que esta mujer vuelva a ser quien es y sacarla de ese hoyo rutinario donde se esconde de manera masoquista para masticar y tragar la miseria del stress, despreciando las caricias y el cariño de alguien que quiera regalonearla.
No gusta de hablar por teléfono ni de responder correos, sólo quiere estar en su miserable estado trabajólico donde el stress alimenta su existir.
"Si no te satisfago, ¿qué esperas para irte?", fue lo que me dijo anoche, otra vez.